En la práctica jurídica o en el ejercicio de un proceso de mediación, las emociones son la base invisible sobre las que se tejen las narrativas del conflicto. Cada abogado, cada juez, cada mediador, se encuentra, muchas veces sin saberlo, atrapado en una estructura invisible que perpetúa el sufrimiento y la falta de soluciones reales: el Triángulo Dramático de Karpman.
¿Qué es el triángulo dramático?
- Stephen Karpman, psiquiatra y analista transaccional, describió un patrón de interacción humana que, como una trampa psicológica, atrapa a las personas en un juego de roles inconsciente configurando un triángulo donde los individuos asumen los roles de Víctima, Perseguidor y Salvador.
- Desde la perspectiva del Derecho Sistémico, esta dinámica afecta tanto a la relación entre las partes en disputa, como también puede influir en la postura de los abogados y mediadores, perpetuando el conflicto en lugar de facilitar su resolución. Comprender esta estructura permite al profesional del Derecho o al mediador tomar conciencia de su rol en la disputa y transformarse en facilitador del equilibrio y la justicia.
El triángulo dramático en la práctica jurídica y la mediación
El Triángulo Dramático de Karpman lo componen tres roles fundamentales:
- La Víctima: se siente desvalida, impotente, sin poder ni control sobre su destino, atrapada en el problema. Necesita que alguien la salve o que alguien pague por su sufrimiento.
- El perseguidor: representa la figura autoritaria y castigadora, que culpa y oprime a la Víctima. Es quien impone la culpa, ataca o reprime. Se posiciona como la autoridad que castiga a la víctima y refuerza su sensación de indefensión
- El salvador: actúa como el héroe que intenta rescatar a la víctima, a menudo sin que esta se lo haya pedido, perpetuando su rol de indefensión. Es quien toma la responsabilidad del otro, creyendo que debe rescatarlo de su situación. Aunque parece benevolente, en realidad perpetúa la dependencia y el desequilibrio de poder.
Estos roles son dinámicos: una víctima puede convertirse en perseguidora, un salvador puede sentirse víctima cuando su ayuda no es valorada, y el perseguidor puede justificar su accionar creyendo que está “haciendo justicia”. El juego nunca se detiene hasta que alguien decide salir del triángulo.
El triángulo en la abogacía: cuando la justicia se convierte en teatro
En el ámbito jurídico, el Triángulo Dramático es un mecanismo recurrente.
Los abogados, sin ser conscientes de ello, muchas veces somos piezas clave en la reproducción de este triángulo: un cliente llega al despacho en posición de víctima, clamando justicia contra un supuesto perseguidor, ya sea su expareja, una empresa, el Estado o un antiguo socio. El abogado, desde su formación combativa y su necesidad de demostrar eficacia, a menudo toma el papel del salvador, prometiendo resolver la situación y obtener justicia.
El problema es que esta estructura perpetúa el conflicto:
- El cliente queda atrapado en la narrativa de la impotencia, sin asumir responsabilidad en la situación.
- El abogado se sobrecarga emocionalmente, adoptando la lucha como propia y reforzando la confrontación.
- El sistema judicial actúa como una arena de combate, donde la confrontación es la norma y la resolución real del conflicto es secundaria.
Esta dinámica lleva al desgaste profesional y a procesos legales largos y destructivos donde ni la justicia ni la paz son alcanzadas y el cliente queda atrapado en la narrativa de la impotencia. No se le empodera para asumir su parte de responsabilidad en la situación, ni se le invita a comprender el conflicto desde una visión sistémica. Al contrario, la lucha se intensifica. Y tarde o temprano, cuando el proceso legal no avanza como se espera, la víctima puede convertir a su propio abogado en un nuevo perseguidor, sintiendo que fue engañada o utilizada.
El sistema judicial, basado en la confrontación, es el escenario ideal para que este triángulo se perpetúe. Jueces que se ven obligados a juzgar al perseguidor, víctimas que nunca logran salir de su sufrimiento porque el litigio no resuelve sus heridas emocionales, abogados que se desgastan en una guerra interminable… La justicia se convierte en un teatro donde la sanación del conflicto queda fuera de escena.
La mediación: ¿solución o nueva trampa?
La mediación, en tanto alternativa a un proceso judicial, no está exenta de este mismo patrón. Si el mediador no trabaja desde una verdadera conciencia sistémica, corre el riesgo de convertirse en un salvador disfrazado, intentando hacer que las partes cedan, que dialoguen, que se entiendan, sin que realmente se desmonte la dinámica subyacente.
Es fácil caer en la ilusión de que, ayudando a las partes a negociar, o convenciéndolas para que dialoguen estas sanarán su relación. Esto puede llevar a que:
- la víctima sienta que el mediador no la protege lo suficiente.
- el perseguidor rechace el proceso por sentir que se le impone una responsabilidad injusta.
- el mediador termine agotado emocionalmente, frustrado porque las partes no llegan a acuerdos profundos.
Si la víctima sigue sintiéndose víctima, si el perseguidor no reconoce su propio dolor y si el mediador cree que su función es ser el facilitador que arregla la situación, lo único que se logra es un acuerdo superficial. La tensión emocional seguirá latente a la espera de otro escenario donde manifestarse.
Derecho Sistémico: salir del triángulo para resolver desde la consciencia
El Derecho Sistémico ofrece una alternativa real: no jugar al Triángulo Dramático, sino desmontarlo conscientemente. Salir de este patrón requiere una mirada completamente distinta, una mirada sistémica. No basta con cambiar de rol; es necesario abandonar el juego por completo. ¿Cómo hacerlo?
Desde el Derecho Sistémico, se propone un enfoque diferente: en lugar de quedar atrapados en el Triángulo Dramático, los abogados y los mediadores pueden transformarse en facilitadores de soluciones. Para ello, se pueden aplicar las siguientes estrategias:
a) Abandonar la posición de salvador y observar sin juzgar
El primer paso es reconocer el Triángulo en acción y tomar distancia emocional. Ni el abogado ni el mediador pueden asumir la carga del cliente. Su papel debe ser el de facilitadores de consciencia y empoderamiento. El profesional sistémico entiende que no está allí para salvar a su cliente, sino para acompañarlo en su proceso de toma de decisiones con mayor claridad y responsabilidad.
b) Empoderar a la víctima y fomentar la responsabilidad en lugar de la dependencia
Los clientes deben comprender que, aunque su situación pueda parecer injusta, ellos tienen poder de acción. En lugar de reforzar la mentalidad de víctima, el abogado o mediador puede ayudar a su cliente a encontrar su autonomía en la resolución del conflicto. En lugar de reforzar su papel de desvalido, es necesario devolverle su capacidad de acción. Esto implica plantear preguntas poderosas, confrontaciones constructivas y un cambio de enfoque.
c) Humanizar al perseguidor
Sin duda, lo más difícil es comprender -sobre todo por parte de la víctima- que, en cualquier conflicto, el supuesto agresor o perseguidor también carga con una historia, con un dolor, con una necesidad no satisfecha. Escuchar y comprender su narrativa transforma completamente la dinámica del conflicto. Desde ahí, el trabajo del profesional ha de consistir en facilitar el encuentro en lugar del enfrentamiento. Siempre que las circunstancias lo permitan, el profesional puede favorecer el diálogo entre las partes, ya desde la negociación tradicional ya desde un reconocimiento mutuo que permita la transformación de la relación.
d) Desarrollar una visión sistémica
El conflicto no se resuelve sólo con normas y argumentos; se resuelve cuando se honra la historia de cada uno, cuando se reconoce el impacto de los sistemas familiares y sociales y cuando se permite que las emociones tengan su lugar legítimo sin ser negadas ni manipuladas. En cada conflicto subyace una historia y un contexto que van más allá de los hechos concretos del caso. Identificar los patrones familiares, organizacionales o culturales que influyen en la disputa ayuda a proponer soluciones más profundas y sostenibles
Conclusión
- Salir del Triángulo Dramático y adoptar una mirada sistémica implica sumergirse en un cambio de paradigma en la práctica jurídica y en la mediación. Más allá de representar una lucha de posiciones, los conflictos pueden ser vistos como oportunidades de transformación y aprendizaje.
- El abogado y el mediador sistémico, más allá de procurar soluciones legales, están en posición de facilitar procesos de toma de consciencia que permitan a las partes recuperar su poder personal, cerrar ciclos de conflicto y encontrar un camino más armonioso para su vida y sus relaciones.
- Como profesionales del Derecho, la pregunta que deberíamos hacernos cuando gestionamos un conflicto sería: ¿Tal y como actuamos, estamos perpetuando el drama o facilitando una resolución? La reflexión a esta cuestión puede marcar la diferencia en la vida de quienes confían en nosotros para encontrar justicia y equilibrio.